HISTORIA


HISTORIA DE VILLALMANZO

De época prehistórica se han encontrado diseminados por su Término municipal, diferentes instrumentos líticos: bifaces, fragmentos de cuchillos de sílex... que nos indican que, al menos desde el Paleolítico Medio, estas tierras eran visitadas por homínidos, tal vez dedicandose a una caza oportunista o como lugar para la fabricación de esos utensilios de sílex...
A esto hay que añadir el hallazgo de una necrópolis de inhumación individual perteneciente a la Edad del Bronce. En 1970, D. Andrés Villanueva, durante unos trabajos de extracción de arcilla en su propiedad, puso al descubierto cinco sepulturas. Dos de estos enterramientos se encontraron en el interior de grandes tinajas de cerámica y los otros tres, eran cistas de lajas de piedra. En el interior de una de las tinajas había un ajuar, consistente en un puñal de lengüeta de bronce (datado en el 2000-1600 a.C.) y un vaso conquiforme, de cerámica lisa. (actualmente se pueden ver en el museo de Burgos).
Otros restos aparecidos por el término municipal, nos hacen avanzar en el tiempo y situarnos ya en época histórica. Por ejemplo, el que señala D. Diodoro Merino en su libro "Villalmanzo: historia y héroe", un fragmento de molino redondo, típico de época romana.
No obstante estos hallazgos, nada nos demuestra que en este lugar hubiera asentamientos continuos desde la Prehistoria.


En cuanto al pueblo actual, desconocemos la fecha exacta de su fundación. La primera vez que encontramos en un documento escrito el nombre de Villalmanzo es en la carta-puebla y fueros dados a la villa de Lerma por el emperador Alfonso VII (Avila, 7 de mayo de 1148), aparece en dicho documento como "Villa Manço"  y se le señala dentro del alfoz de esta villa de Lerma. Sin embargo, sabemos que su fundación tuvo que ser anterior, al igual que el resto de pueblos de la zona, pues la repoblación de estas tierras se remonta a los siglos IX Y X. Con Ordoño I y al principio del reinado de Alfonso III se extiende la repoblación a la cuenca del Arlanza y para su defensa surgen fortificaciones como las de Tornadijo y Torrecilla del Monte que se unen a las ya existentes a lo largo del río: Torremoronta, Palenzuela, Torrepadre, Tordómar, Tordable, Castrillo de Solarana, Tordueles, Castrozeniza y Covarrubias. Bajo estas defensas, se irá repoblando Castilla, a ella vendrán cántabros, vascos, astures y gallegos.
Las primeras repoblaciones fueron en la forma de presura o espontánea ocupación de una tierra sin amo. Con Ordoño I se puede hablar de una repoblación oficial, el rey era quien designaba a las personas encargadas de la repoblación (normalmente, parientes suyos, condes...). En el siglo X, se emplea otra forma: las cesiones "ad populandum", se efectúan sobre tierras del rey, de instituciones religiosas o de particulares, y las llevan a cabo grupos de emigrantes provenientes del norte o mozárabes del sur.
Otro documento en el que se menciona el pueblo data de septiembre de 1318, Alfonso XI favorece a la villa de Lerma y sus aldeas, disminuyendo el número de pecheros, con ocasión de los graves perjuicios sufridos por las gentes de estos términos durante la rebelión de D. Juan Núñez de Lara. En el documento se estipula que de los 162 pecheros que estaban encabezados, se bajaran a 100, de tal manera que:
 "...tengo por bien que se partan en la villa e en las aldeas en la manera que aquí dirá:
La villa de Lerma de los sesenta y seis que tenían en cabeça fasta aquí, que finquen en cabeça por treynta e siete pecheros.
Villamanço: de los quarenta e ocho pecheros que tenían fasta aquí, que finquen de aquí adelante en los veynte e ocho pecheros...".

El Becerro de las Behetrías de Castilla, es una de las fuentes principales con las que contamos para rehacer la historia de nuestros pueblos. Fue mandado realizar por Pedro I en 1352. En él se relaciona el estatus de cada población, es decir, si eran de realengo, abadengo, solariegas o behetrías (libres) y los tributos a los que estaban obligados.
Villalmanzo aparece reflejado en él como aldea de Lerma y los tributos que soportaba eran:
VILLALMANZO
Este logar es aldea de Lerma e es de don Nunno
Derechos del Rey
Pagan al Rey servicios e monedas, e non pagan fonsadera
Derechos del Señor
Dan de martiniega al dicho don Nunno cada anno quatrocientos e dos maravedís. Fanle de infurción al dicho don Nunno el que ha quantía de tresientos maravedís, seys celemines de cebada e una cantara de vino acomo vale lo primero que se vende en el logar.
Así pues, vemos que al rey pagaban dos impuestos: servicios y monedas. Ambos fueron creados como contribuciones extraordinarias que imponían los reyes con ocasión de hechos importantes para la nación, pero en el siglo XII se acabaron convirtiendo en anuales. En cuanto a la fonsadera, este era un tributo que pagaban al rey los que no iban a la guerra.
Al señor pagaban otros dos: la martiniega, tributo que se pagaba en razón de la tierra y heredad. Se llamaba así porque se pagaba el día de San Martín. La infurción, impuesto que se pagaba por cada casa a los señores de lugares y tierras. Se cobraba en especie o a veces en dinero.
Si bien, estos tributos no eran los únicos que tenían que soportar, estaban también las alcabalas, un impuesto sobre el comercio que se cobraba tanto sobre bienes muebles como inmuebles. Las Cortes se lo concedieron en 1342, a Alfonso XI por un período de tres años, pero en 1349 le fue cedido a perpetuidad por lo que se convirtió en permanente. Otro impuesto era el diezmo, que lo cobraba principalmente la Iglesia, aunque también participaban de él el rey y el señor. Estos eran los impuestos más importantes, pero aún había otros, como el portazgo: derechos de entrada, carga o descarga de mercaderías en las villas. El pontazgo, por el pasaje de puentes y caminos públicos…
Al tema de los tributos habría que añadir, el asistir a las guerras teniendo que abandonar los trabajos en las tierras o los abusos e injusticias de los señores que no pocas veces surgen. Así es difícil imaginar cómo lograron sobrevivir nuestros antepasados, pero lo hicieron. Supieron luchar contra las injusticias, en los más de los casos, aferrándose a la ley. De ahí que en la documentación antigua encontremos cientos de pleitos. Tampoco era fácil este sistema, pues la primera instancia se hacía ante el señor, por lo que aún en el supuesto de que se ganara, era seguro que habría apelación. Pero apelación, tras apelación se fueron dando pequeños pasos, aunque este proceso duró siglos. 
Testimonios de estos pleitos quedan en todos los pueblos de la zona, pues era frecuente que se unieran varios concejos cuando la lucha atañía a las tierras comunales, los hay también de particulares y otras veces por un solo concejo. La mayoría con un denominador común, los poderosos señores que gobernaron Lerma. La causa: defender las tierras, los pastos o el ganado y, a veces, el derecho a gobernarse a sí mismos. Para Villalmanzo destacaremos uno, por cuanto sobresale en sus características: es la lucha de nuestros antepasados por librarse del yugo del señor y defender ese derecho a gobernarse según su costumbre, es la lucha por la libertad. Se trata del pleito entre Villa Manzo y D. Luis de Rojas, Marqués de Denia.
En 1534 el Concejo toma la resolución de pleitear contra el marqués. El juicio no se resolverá hasta 1537, a favor de Villalmanzo. Para entender cómo se produce hay que remontarse en el tiempo. Todo comienza cuando Diego de Sandoval y Rojas recibe de Fernando de Antequera, ya rey de Aragón, tras el compromiso de Caspe, la villa de Lerma con todo su alfoz (18 de julio de 1412). La dona con todo derecho, pues la villa, si bien había pertenecido a la familia de los Lara, pasó a ser de realengo en 1369 al ser coronado Enrique II, pues éste había casado en 1350 con Juana Manuel (nieta de Juan Núñez de Lara, y por tanto heredera de Lerma). A partir de aquí, comienza un largo período de vasallaje, las más de las veces opresivo, a esta familia de los Sandoval y Rojas. Diego de Sandoval y sus descendentes ejercieron un señorío jurisdiccional que se vio reforzado con los Reyes Católicos, quienes les concedieron el cobro de los impuestos reales, alcabalas, tercias y moneda forera. Por los diversos pleitos que se interponen en su contra, sabemos que ejercieron su dominio con excesivos abusos. Con Luis de Rojas la presión llega al extremo, siendo que en el pleito del que hablamos, Villalmanzo llega a exponer: …”ni los esclavos lo podrían sufrir, por lo que si así habría de ser, dejarían el pueblo y sus haciendas y se irían a pedir por Dios”. Tremenda esta afirmación, ya que en esta época, el irse a la aventura de los caminos significaba la enfermedad y la muerte.
Entre los abusos, podemos destacar a modo de resumen:
        El aumento impositivo en 3500 maravedís anuales.
        Por Navidad se ven obligados a dar un presente de dos corderos, muchos conejos y gallinas.
        Estanca la venta del vino hasta que no se ha vendido todo el suyo.
        Dispone de las carretas, mulos y peones de sus vasallos a su antojo, tanto para sus molinos como para transportar pan o leña del propio monte del concejo de Villalmanzo para su venta en Burgos.
        Utiliza acémilas y peones para mandar sus mensajes.
        Por si esto fuera poco, también invade el derecho a tomar las varas a los alcaldes de Lerma y a que nombren ellos los alcaldes.
Así las cosas, cómo no defenderse. No obstante la justicia era lenta y el juicio no se resuelve hasta 1537, sin embargo, parece que Villalmanzo tuvo que insistir en su pleno cumplimiento, ya que el documento del que está sacada esta información termina así: “En 1582 fue intimada esta carta ejecutoria de su majestad a Benito de Roa alcalde, el cual la obedeció”. (Archivo Municipal de Villalmanzo, Sig.926).
Como sabemos, el dominio de los Sandoval culmina en 1599, cuando Francisco Gómez de Sandoval y Rojas logra obtener el título de Duque de Lerma. Si bien, aquí debemos mencionar también las cosas positivas, D. Francisco logró llevar la Corte de recreo a su palacio de Lerma, a ella acudieron grandes personajes y artistas (Lope de Vega, el Duque de Saint-Simón…), lo que no solo fue en engrandecimiento de esa villa sino también, del alfoz, pues en los grandes acontecimientos muchos de los visitantes debían alojarse en las poblaciones vecinas, por falta de espacio en Lerma, es el caso de nuestro pueblo que en ocasiones acogió ilustres visitantes. 
Pero de esto hablaremos otro día y contaremos alguna anécdota.
Prosiguiendo con nuestros retazos de historia, es hora de hablar de la fuente que más datos proporciona sobre la villa:

El Catastro del Marqués de la Ensenada:
Fernando  VI quiso realizar una gran reforma fiscal, consistente en unificar todas las complicadas rentas provinciales en un solo impuesto, la llamada Única Contribución, a través de la cual, cada uno contribuiría en proporción a lo que tenía. Para ello se hizo una investigación que diera a conocer todos los bienes de los vasallos (incluida nobleza y clero) y de todos los lugares. Así pues, el Catastro son las declaraciones de bienes de los titulares y la comprobación de la veracidad de las respuestas por parte de la Administración, para lo cual, envió peritos y técnicos. Todo se recogió en libros, con minuciosa escrupulosidad, recogiendo certificados, títulos… que acreditaran lo declarado. Por todo ello, los datos obtenidos se consideran bastante fiables.
Una de las partes de este Catastro son las llamadas Respuestas Generales (interrogatorio de cuarenta preguntas: nombre del lugar, jurisdicción, extensión, tipos de tierras, tributos…), que constituyen una fuente exhaustiva de información sobre los pueblos de la Corona de Castilla para el siglo XVIII. Se realizaron entre 1750 y 1754. A Villalmanzo le tocó el turno el 20 de mayo de 1752. Dada su extensión haremos un resumen destacando los datos más importantes para conocer el pueblo y su situación en aquella época:
Su nombre es Villalmanzo, es un pueblo de señorío y pertenece al Duque del Infantado (Era el Señor, ya que Catalina Gómez de Sandoval y Mendoza, VIII duquesa del Infantado, heredó el Ducado de Lerma a la muerte de su medio hermano, Diego Gómez de Sandoval en 1668, aunque tuvo que pleitear con el Duque de Medinaceli hasta 1677 en que se falló a su favor), a quien pagan por yantar y martiniega 11 reales y 26 maravedís y por infurción, 430 reales anualmente. Los demás derechos, a excepción de las alcabalas, se pagan en las arcas reales de la ciudad de Burgos.
Ocupa, de Norte a Sur, cinco cuartos de legua y, de levante a poniente, lo mismo; su circunferencia tendrá 6 leguas. Tienen acción común de pasto con os 13 lugares de la Comunidad de la Villa de Lerma en un término que llaman los Bardales y Enebrales.
La mayoría de sus tierras son de secano, aunque hay algunas huertas y también viñas, pastos, montes, estepares y eras. Las huertas y las viñas producen sin intermisión, pero lo demás al tercer año. La calidad de las huertas es buena, pero en las tierras y viñas se dan tres calidades, buena, mediana e inferior. No poseen plantío de árboles frutales, solo algunos de poca consideración en las huertas.
La pregunta novena del interrogatorio dice: “De qué medidas de tierra se usa en aquel pueblo: de quantos passos, ó varas castellanas en quadro se compone: qué cantidad de cada especie de granos, de los que se cogen en el término, se siembra en cada una”. Se complementa con la siguiente pregunta, que pide: “Qué número de medidas de tierra habrá en el término, distinguiendo las de cada especie y calidad”.
Los vecinos dicen que en Villalmanzo no han estilado medir en varas, pero llaman fanega a una medida de tierra que al parecer hará como 150 varas en cuadro.
Para mayor comodidad, la siembra y la producción, así como los precios, los hemos reflejado en tablas:

SIEMBRA DE LAS TIERRAS
AÑOS
1ª CALIDAD
2ª CALIDAD
3ª CALIDAD
1º AÑO
1fan. de trigo
8cel. Centeno
8del. Centeno
2º AÑO
1,5fan.Cebada
Descansa
Descansa
3º AÑO
1,5fan.cebada
1,5fan.cebada
8cel. Avena

PRODUCCIÓN EN 1752
TIERRAS DE SECANO (producción. De 1 fanega)
VIÑAS

1º AÑO
3ºAÑO
(Un Obrero)
1ªCALIDAD
6fan. Trigo
10fan.Cebada
10cánt. Vino
2ªCALIDAD
4fan.Centeno
7fan.Cebada
6,5cánt. Vino
3ªCALIDAD
3fan.Centeno
3fan. Avena
3cánt. Vino

Las huertas, que son solo para el consumo de sus dueños, estiman puedan producir 100 reales anualmente. La fanega de era, que sólo sirve para trillar, la estiman en 12 reales al año. En cuanto a los montes, pastos, erales y estepares, no producen; solo es para el consumo de los vecinos de corta Proción que de ello salen y los pastos solo para el ganado de los vecinos.
Los precios de los productos reflejados en el Catastro los hemos colocado en una tabla. No obstante, a estos productos hay que añadir también la miel y la cera que producían 57 pies de colmenas. El precio estimado de cada pie respecto de miel y cera era de 5 reales.

ÍNDICE DE PRECIOS
1 fan. TRIGO
15 REALES
1 fan. CENTENO
10 REALES
1fan. CEBADA
7 REALES
1 fan. AVENA
4 REALES
1 CÁNTARA DE VINO
4 REALES
1 CIRUELO
1 REAL
1 PERAL
2 REALES
1 GUINDAL
2 REALES

En cuanto a ganadería, declaran que en el pueblo no hay cabaña ni yeguada que paste fuera de sus términos y, a continuación, se enumeran todos los vecinos con el número y especie de cabezas de ganado que cada uno tiene. En esta lista aparecen también las cofradías que poseían cabezas de ganado. En general, son rebaños pequeños y animales para la labranza i tiros de carretas.

ÍNDICE DE PRECIOS DEL GANADO
YEGUA
60 REALES
MULATA
200REALES (con muleto 120)
OVEJA
3 REALES
CORDERO
MEDIO REAL
BORRO
3 REALES
CARNERO
4 REALES
CABRA
2 REALES
CABRITO
MEDIO REAL
REGUEDO/A
2 REALES
MACHO CABRÍO
8 REALES
CERDA
75 REALES
VACA
50 REALES
NOVILLO/A
44 REALES
JATO
10 REALES

Esta es la riqueza y producción del pueblo. Pero como ya vimos anteriormente, a esto hay que deducir los impuestos o tributos que pagaban, y entre ellos el llamado diezmo. El catastro nos refiere las cantidades que sobre este impuesto tenían que pagar los vecinos: “Es práctica diezmar de todos los frutos que se cogen en este pueblo como  así mismo de corderos, queso, pollos y demás que llaman menudos”.
Los diezmos en Villalmanzo: Cada vecino que cogía pan daba por razón de primicias (impuesto que se pagaba además del diezmo), 3 celemines de cada especie, que recibían a partes iguales, D. Tomás de Madrigal y D. Mateo Ruiz (curas del lugar). Después se dividían los diezmos en el hórreo común, haciéndose tres partes: la primera la llevaban los beneficiados de este pueblo (en este momento había cuatro curas). La segunda parte era para la Iglesia Catedral de la ciudad de Burgos por tercio diezmo. La tercera, a su vez, se dividía en tres partes: dos de ellas la percibía el Duque de Medinaceli por tercias reales (tenía arrendado el cobro de la parte que le correspondía al Rey) y, la otra, la llevaba la fábrica de la iglesia de este lugar por su noveno. No obstante, antes de hacer esta división, se sacaban 4 fanegas de trigo, 4 de centeno y 36 cántaras de vino para los curas beneficiados por razón de clavería (por encargarse de la recaudación y distribución del diezmo) y otra cantidad, en especie, para la fábrica de la iglesia, por razón da jaraíz y trojes y 4 fanegas de trigo y 4 de centeno que percibía Pedro Arribas por sacristán.
Cada uno de estos tercios del diezmo ascendía al año a 55 fanegas y tres cuartillos y medio de trigo; 89 fanegas, 3 celemines y cuartillo y medio de centeno; 11 fanegas y 3 celemines de avena; 508 cántaras y 6 cuartillos de vino; 743 reales y 14 maravedís de los menudos; más las primicias a los curas que eran, 9 fanegas de trigo, 12 de centeno, 14 de cebada y 5 de avena.
Las alcabalas: las percibía el Duque de Medinaceli, quien las tenía en administración, y que ascendían a 3.259 reales.
Ingresos de la villa: parte del derecho de cientos (tributo de un tanto por ciento, no más del 4, sobre las cosas que se vendían y pagaban alcabala), que ascendía a 944 reales y 14 maravedís. También tenía el cuarto del fiel medidor, que sumaba al año 1.372 reales y 20 maravedís.
La taberna (en esta fecha la llevaba Manuel Ordoñez) daba a la villa 4.100 reales, de los que pagaban 3.445 reales de sisas (impuesto que se cobraba sobre géneros comestibles). Del mesón de Martín de Adrián sacaba el Concejo 53 reales anuales, de los que 33 servían para el pago de cientos y los 20 restantes para el de alcabalas. De la tienda de abacería de aceite y pescado que proveía Joseph de Alonso (vecino de Lerma), 300 reales que se invertían el el pago de alcabalas. De la carnicería de Pedro Serrano, 600 reales que eran para el pago de sisas.
Otros gastos del Concejo: una casa hospital destinada a recoger los pobres que transitaban y de la que no se especifica a cuanto ascendían los gastos (suponemos que porque variaban según los años y las circunstancias). Al sacristán (aparte de lo que pervivía de la fábrica de la iglesia) el Concejo le daba 8 fanegas de trigo. Al maestro, le pagaba el Concejo 85 reales, el resto lo cobraba de los vecinos, 48 fanegas de trigo y centeno por mitad.
El Catastro también proporciona otros datos muy interesantes, como el relativo al número de habitantes. Nos dice que hay 125 vecinos, incluidos 4 habitantes y 22 viudas. Sin pretender hacer un estudio demográfico, sino simplemente aproximarnos al número de habitantes a mediados del siglo XVIII, podemos acudir a un coeficiente de conversión de 4 habitantes por vecino (las corrientes historiográficas modernas parece ser que defienden la aplicación de este coeficiente).
El Catastro también recoge, algo imprescindible para conocer nuestros pueblos, los oficios que se desempeñaban en el pueblo, que aparte de los ya mencionados (tabernero, maestro…), eran:
        Un cirujano: Juan Merino, a quien dan los vecinos 70 fanegas de trigo, 140 reales, 2 carros de paja y 2 de leña. Tiene un hijo que le sirve de mancebo en el oficio.
        Tres tratantes de abarcas.
        11 tejedores: 5 de lino y 6 de lana.
        1 sastre
        2 zapateros
        2 herreros
        1 herrador, con un hijo mayor que le sirve de mancebo
        2 carreteros
        8 pastores
        2 guardas de campo
        1 guardia de monte
        38 labradores de profesión, 4 mixtos que se emplean 30 días a jornal
        39 jornaleros
        4 pescadores
En total, a lo largo de sus páginas, hemos contado 24 oficios, aunque es de suponer que había algunos más, por ejemplo: el de sirvienta (los clérigos, es de suponer que las podían tener). Está también el de organista, oficio que recogen los libros de fábrica, (al menos desde 1.613). En cualquier caso, apreciamos que es un pueblo en progreso, con un buen número de oficios que proporcionaban servicios básicos y no tan básicos a sus habitantes, síntoma de comodidades y de una situación estable. Tal vez, gracias a ello, será por lo que podrá superar los acontecimientos a los que se verá abocado en el siguiente siglo.

El siglo XIX

El siglo XIX va a ser el testigo de uno de los peores episodios en la historia de Villalmanzo. Todo comienza tras el Tratado de Fontaineblau (27 de octubre de 1807) que permitió la entrada de las tropas francesas en España con la excusa de atacar Portugal. Así, desde principios de 1808, por su situación estratégica como vía de comunicación con Francia, Lerma y los pueblos de su alrededor, se vieron desbordados por las tropas francesas. En febrero eran 2.500 franceses en su suelo, lo que para poblaciones tan pequeñas significaba un gran sacrificio que sobrepasaba sus posibilidades. Hay que tener en cuenta que las tropas francesas se trasladaban sin ningún tipo de provisiones, era la máxima de Napoleón: donde llegaban, debían de surtir a su ejército. Se abastecían del suelo que pisaban, y esto no solo se refería a la comida, iba desde una simple manta hasta vehículos de transporte. Siendo así las cosas, siempre se producían altercados con la población autóctona, y esto fue lo que pasó en nuestro pueblo ya con la primera llegada de estas tropas: Martín Cogollos y su hijo Jacinto no guardan el “bando de buen gobierno y mejor unión” dictado por las autoridades españolas para acoger a esas tropas francesas que venían como “amigos”. Martín se convertirá así en uno de los primeros héroes de esta guerra.
Pero si en febrero la zona ya estaba desbordada, el 3 de agosto, tras la derrota de Bailén (19 de julio de 1808), serán 6.000 franceses, y ya enemigos, en el suelo de Lerma y los pueblos colindantes. El 10 de agosto se marchan, pero vuelven en noviembre, tras la batalla de Gamonal (10 de noviembre de 1808). En ambas ocasiones cubrieron las villas de saqueos y desmanes.
Al comenzar 1809, la comarca castellana avasallada, afligida y amenazada por la invasión, comienza a organizarse. En el Monasterio de San Pedro de Arlanza tuvo lugar la primera asamblea, la convocó “El Director" (hoy sabemos que no era otro que Francisco de Santillán, natural de Lerma, escribano y Diputado del Común del Ayuntamiento de Lerma y más tarde su Alcalde Constitucional). A ella acudió el Abad Mitrado de Lerma, D. Benito Taberner y llevó con él a Jerónimo Merino C
El cura Merino
ob, el cura de Villoviado o como más se le conoce: el cura Merino. Se formaron Juntas Locales en los pueblos importantes. La de Lerma estaba formada por el escribano Santillán, el Abad de Lerma y el abogado de los Reales Consejos Felipe de Herrera. Esta Junta fue muy activa consiguiendo que se unieran al cura Merino unos 60 jóvenes de Lerma y sus alrededores, incluido el hijo del “Director”, Ramón (años más tarde llegaría a ser Ministro de Hacienda, Senador del Reino y Gobernador del Banco Español de San Fernando). Varios vecinos de Villalmanzo se unieron también, entre ellos Martín Fernández y Román Marcos, ambos siguieron también al cura Merino en la guerra Carlista.
Las tropas de Merino crecieron rápidamente en número hasta formar un ejército bajo sus órdenes. Villalmanzo fue protagonista de varias acciones bélicas de esta resistencia: La primera el 12 de junio de 1809: enterado Merino de que un convoy cargado de munición había salido de Burgos, les esperó en Villalmanzo y allí se apropió de ella eliminando a los 22 soldados (este número varía según las fuentes, algunas lo cuadruplican) que lo escoltaban. Merino había apostado destacamentos en los pueblos vecinos de Lerma: Villalmanzo, Santa Inés, Quintanilla la Mata… y el 13 de junio atacó a las tropas francesas de Lerma, muriendo 20 franceses.
En 1810, Merino ya comandaba el Regimiento de Infantería de Arlanza y el Regimiento de Caballería de los Húsares Voluntarios de Burgos, conocidos como la División del Duero.
En 1811, el 26 de septiembre, Merino se dispuso a atacar Lerma. Distribuyó sus fuerzas como era su costumbre en los pueblos de alrededor. Desde Villalmanzo intentó hostigar a los franceses pero aunque salieron a perseguirlos, no se resolvieron a atacar en firme y se replegaron por lo que tuvo que desistir, volviendo a Villalmanzo para que descansaran los soldados.
Término de la Tejera donde se posiciona Merino
En mayo de 1812 teniendo noticia de que un gran convoy escoltado por unos 1400 hombres había salido de Aranda con dirección a Burgos, Merino se dirige a Villalmanzo allí toma posiciones en la zona de la tejera y los espera. Al amanecer del día 9 sale el convoy de Lerma, aunque 400 de estos infantes se vuelven ya para Aranda. Cuando llegan los franceses cerca de la tejera le descubren la posición, sin embargo aunque le atacan, las tropas de Merino no se amedrentan, los franceses siguen luchando e incluso emplean fuego de artillería (fue la primera vez que los hombres de Merino se enfrentaban al fuego de cañón), sin embargo no lograron romper la línea defensiva establecida por Merino y emprendieron la retirada. Los 400 que habían salido para Aranda al oír el fuego de los cañones dieron la vuelta para ayudar al convoy, al ver el refuerzo los franceses vuelven a atacar, pero las tropas de Merino consiguieron encerrarlos en Lerma. Los franceses necesitaron un nuevo refuerzo de 1000 hombres para poder llegar a Burgos con el convoy. Las bajas de este enfrentamiento ascendieron a 23 muertos y un gran número de heridos por parte francesa. Por parte de Merino se notificaron 4 muertos y 7 heridos.

El 22 de julio de 1812, al sur de Salamanca tuvo lugar una de las contiendas más importantes de la Guerra, la batalla de los Arapiles. El ejército aliado al mando del duque de Wellington infringió al francés del general Marmont una derrota aplastante, en la que el general francés resultó gravemente herido en un brazo. Marmont se batió en retirada primero hacia Valladolid y luego hacia Burgos, no sin antes, el 2 de agosto, incendiar el pueblo de Villalmanzo. La mayoría de las casas, lagares y pajares fueron arrasadas por el fuego: solo se salvó la iglesia (que la utilizaron como caballerizas), la casa del cura, alguna casa aislada en la calle Villafranca y, en el barrio “Cantarranas”, cuatro casas, que hoy se llaman “solas casas”. 
La Guerra de la Independencia concluyó en 1814. Villalmanzo se estaba reconstruyendo. En el libro de Fábrica de la Iglesia (1815-1838), encontramos apuntes en este sentido, en 1815 se habían reunido 14.007 reales y 10 céntimos en calidad de empréstitos para construir el lagar y las trojes quemados por los franceses, varios fueron los que prestaron dinero: el duque de Medinaceli, el Cabildo de Burgos y dos particulares, Pedro Valpuesta y Ángela Madrigal (esta última fue quien más dinero prestó). En 1817 se comienzan a pagar estos empréstitos, poco a poco, hasta saldar el último céntimo, en el año 1835 al duque de Medinaceli.

Villalmanzo renacía de sus propias cenizas, se reconstruyeron las casas, las tierras, los lagares e incluso llegó a tener una floreciente industria de telares, algunos de ellos sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XX. 
  Sin embargo, la Guerra de la Independencia no será el último episodio bélico en la historia de España. A la muerte de Fernando VII estalla una guerra civil entre los partidarios de la reina (los isabelinos) y los partidarios del hermano de Fernando, Carlos María Isidro de Borbón (carlistas). Se desarrollará en tres fases. La primera de 1833 a 1839; la segunda de 1846 a 1849; y la tercera de 1872 a 1876 que acabará con la derrota definitiva del carlismo. 
Los carlistas eran tradicionalistas y antiliberales, procedían del mundo rural, la pequeña nobleza y parte del
Caballería Castellana de la Guerra Carlista
clero, mientras que el bando liberal defendían la igualdad jurídica, la separación de la Iglesia del Estado, el ascenso de la burguesía… en definitiva el cambio social.
Con la primera Guerra Carlista, el cura Merino volvió a la lucha defendiendo la legitimidad del príncipe Carlos al trono español y la tradición que él mismo representaba. En esta vuelta arrastró a muchos de sus hombres en la Guerra de la Independencia. Dos de estos seguidores eran de Villalmanzo, Martín Fernández y Román Marcos que le siguieron incondicionalmente. Ambos encontraron la muerte en el campo de batalla, Martín en 1835 en Riocerezo y Román, en Quintanilla del Agua en 1838. Al terminar esta primera guerra, Merino se exilió junto con su Rey a Francia, donde 5 años más tarde moriría en la ciudad de Alençon, el 12 de noviembre de 1844. Desde el 2 de mayo de 1968 descansa en la villa de Lerma, en el suelo que siempre amó.

LAS DESAMORTIZACIONES

Manuel Godoy y Álvarez de Faria
Toda guerra supone una ruina para cualquier Estado, España había sufrido varias, las arcas de la Corona estaban vacías y el medio utilizado para su remedio fueron las llamadas desamortizaciones que se fueron sucediendo a lo largo de todo el siglo. Su finalidad fue remitir la enorme deuda pública del Estado y a la vez crear una burguesía de labradores propietarios para asentar el estado liberal con ellos.
En realidad las desamortizaciones fueron varias,  comienzan en el siglo XVIII y se extienden hasta 1924. Pero de todo el proceso desamortizador, hay tres desamortizaciones que destacan. La primera, la desamortización de Godoy, se realeza entre 1798 y 1808, los bienes incautados afectaron a los hospitales, colegios mayores, cofradías, capellanías y obras pías. La siguiente en importancia fue la de Mendizábal (1836-1851) y afectó a los bienes y tierras eclesiásticas, además de suprimir las órdenes religiosas. Esta desamortización será completada por Pascual Madoz en 1855, y en la que sobre todo, serán desamortizados los bienes de propios y comunales de los Ayuntamientos.
Tras este proceso desamortizador las obras pías, capellanías… desaparecieron, las Cofradías salieron mal paradas, llegando muchas a su extinción. En Villalmanzo de las 9 cofradías existentes, solo sobrevivieron tres (ver Tradiciones). Tampoco se libraron los hospitales, fundados o regentados por Cofradías o por los Concejos, a estos últimos tras perder los bienes de propios les fue imposible su mantenimiento, tal es lo que aconteció en Villalmanzo: la casa hospital de la que nos habla el Catastro del Marqués de la Ensenada desapareció en estas fechas.
Esta enajenación, su nacionalización y posterior venta en pública subasta, hubiera logrado su objetivo de crear una burguesía de pequeños propietarios, de no haber sido porque la mayoría de los lotes no se dividieron, de modo que sólo tenían acceso a ellos los más pudientes. No obstante, en Villalmanzo tenemos ejemplos de todo.
Todas las viñas, casa, jaraíz y cubas que llevaba en arriendo D. Dionisio Alarcia, cura del pueblo, y que pertenecían al Monasterio de Fresdesval, salieron en un solo lote, rematándose el 20 de junio de 1843 a D. Antonio Dancausa para D. Ramón Santillán, de la villa de Lerma, en 59.880 reales. Lo mismo ocurrió con las tierras que el Monasterio de San Pedro de Arlanza tenía en el término, se remataron a favor de Miguel Roa Pablos el 16 de junio de 1843 en 20.000 reales. Otro lote, perteneciente al Hospital de Barrantes de Burgos de 21 fanegas y 10 celemines se remató en Joaquín Martínez, vecino de Lerma el 4 de julio de 1859 en 20.500 reales.
Juan Álvarez de Mendizábal
En cuanto a las propiedades de las Cofradías, eran lotes más pequeños, por lo que la mayoría fueron compradas por vecinos del pueblo, una de las excepciones es la Cofradía de las Ánimas que se sacó en lotes, uno que llevaba en arriendo Ángel Rozas, vecino del pueblo, consistente en tres tierras de 10 fanegas y 3 celemines de sembradura y en dos majuelos de 2600 cepas, más 3 cubas de 180, 140 y 80 cántaras, le fue rematado a él mismo, el 8 de agostó de 1844. Pero un segundo lote, que estaba compuesto por 40 fanegas y 9 celemines de sembradura fue rematado por Manuel Gonzalo Torre vecino de Lerma en 10.090 reales, en la misma fecha.
Los propios del Concejo también se quedaron, la mayoría, en manos de los vecinos del pueblo. No podemos señalarlos todos en estas páginas, pero valgan de ejemplo:
Una casa de los propios, destinada al despacho de carne, a donde llaman la Escuela, fue rematada el 18 de junio de 1862 a D. Nicomedes Ortega vecino de Burgos, quien se la otorgó por el mismo precio a Marceliano Martínez, vecino de Villalmanzo, el 29 de octubre de 1862 ante D. José Comenzano notario de la ciudad de Burgos (era frecuente que otros se personaran en las subastas en nombre del interesado, luego se hacía la cesión ante un notario).
Un terreno perteneciente a sus propios, titulado Tordable, de 30 fanegas de 2ª calidad y 80 fanegas de 3ª (únicamente labradas 80 fanegas, las restantes a pasto), una era de las de Abajo y otra de Arriba. Se halla afecta a un censo perpetuo de 56 fanegas y 6 celemines de pan mediado a favor del Cabildo Catedral, el cual no se rebaja. Se remató a favor de D. José Arroyo Revuelta, vecino de Burgos el 5 de junio de 1860.
No todos los terrenos expropiados que se nacionalizaron consiguieron venderse en las subastas o al menos, tuvieron que subastarse varias veces. Un ejemplo de ello, el monte Monvendido, que se hallaba afecto a un censo de 220 pts. (en 1868 se adoptó la peseta como unidad del sistema monetario español) a favor del Hospital de Barrantes de Burgos, y que al no obtener comprador, el pueblo continuó satisfaciéndolo al Estado (las propiedades afectas a censos, aunque se vendieran, no perdían dichos censos por lo que había que seguir pagándolos, a los nuevos dueños, en este caso, el Estado). La desamortización de fincas rústicas en Villalmanzo fue de 1.003 hectáreas de un total catastrado de 2.375, es decir el 42,2 %.
Las desamortizaciones, no obtuvieron los resultados deseados, no se llegó a solucionar del todo el problema de la deuda española; arruinó a los Ayuntamientos; perjudicó a los campesinos más pobres que se vieron privados del aprovechamiento de las tierras comunales, lo que en una economía de subsistencia les era imprescindible, por lo que contribuyó a una tendencia emigratoria de la población rural; y tampoco solucionó las desigualdades sociales, de hecho los campesinos vieron como la mayoría de los nuevos propietarios subían los arrendamientos.
Villalmanzo, demográficamente hablando, también sufrió estas consecuencias, aunque no fueron muy acusadas. A finales del siglo XIX contaba con 1077 habitantes y comenzó el siglo XX con 974. Esta corriente migratoria se desplaza hacia otros lugares de la provincia, hacia el norte de la península y hacia países hispanoamericanos.
No podemos cerrar este capítulo sin mencionar la parte positiva de las desamortizaciones: el movimiento de la propiedad (afectaron a una quinta parte del conjunto del suelo español), hubo un aumento de la superficie cultivada y se mejoraron y especializaron los cultivos gracias a inversiones de los propietarios.  Todo esto a la larga sería un pilar importante en el que se podrían producir los cambios que sacarían a la agricultura del atraso que tenía, pero aún habría que esperar algunos años más. Será a mediados del siglo XX cuando principalmente dos hechos básicos, la mecanización del campo y la concentración parcelaria, logren la modernización de la agricultura.

DICCIONARIOS GEOGRÁFICO-ESTADÍSTICOS

No podemos concluir la historia del siglo XIX sin mencionar otra fuente imprescindible para conocer cómo vivían y se desenvolvían nuestros pueblos. Nos referimos a los diccionarios-geográfico-estadísticos. Para el siglo XIX en Villalmanzo vamos a hacer uso de dos el de Sebastián Miñano y Bedoya, realizado entre 1826 y 1829 y el otro el de Pascual Madoz entre 1845 y 1850. Este último supuso una mejora importante re specto al otro, es más exacto y más completo. No obstante para el caso de Villalmanzo podemos decir que los dos son de utilidad, pues lo que el uno se deja en el tintero nos lo cuenta el otro.
Sebastián de Miñano en su Diccionario Geográfico y estadístico de España y Portugal (tomo IX, pág. 385. Biblioteca Digital de CyL) nos dice de Villalmanzo:
“Villalmanzo o Villalmanzano, lugar secular, provincia y arzobispado de Burgos, partido de Candemuño, jurisdicción y abadía de Lerma. 192 vecinos, 768 habitantes, 1 parroquia, 1 hospital. Sito en el camino real que conduce de Madrid a Francia, en una deliciosa vega que se extiende a 5 leguas de largo y 1 de ancho, regada por el río Arlanza, entre las villas de Lerma y Cogollos. Produce 6.000 fanegas de granos y legumbres, y 30.000 cántaros de vino. Industria: 19 telares de lino, cáñamo y lana, manteles y ropa de cama. Dista seis y media leguas de la capital y media de Lerma. Contribución 4.486 reales, 24 maravedís. Derechos enajenados. 5.081 reales y 25 maravedís”.
El otro diccionario es el realizado por Pascual Madoz entre 1845 y 1850. Su título es “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar”. En su tomo XVI, pág. 168 (Biblioteca virtual de Andalucía) nos dice de Villalmanzo:
Pascual Madoz
“VILLALMANZO: lugar con ayuntamiento en la provincia, Audiencia Territorial, Capitanía General de Burgos (64/2 leguas) partido Judicial y diócesis Vere nullius de Lerma (4/2). Situado en terreno llano, a la derecha de la carretera de Burgos a Francia, con buena ventilación y clima frío, pero sano, y expuesto a fiebres inflamatorias. Tiene 170 casas, 32 lagares; 30 corrales, y 24 diseminadas por el término; aquellas forman cuerpo de población, aunque separadas unas de otras, cuya irregularidad conserva aun de resultas del horroroso incendio que sufrió en el año 1812 por el ejército francés, a su retirada de la batalla de los Arapiles; hay escuela de instrucción primaria, dotada con 48 fanegas de trigo; 3 mesones; una venta del concejo, sobre la calzada; un cementerio, extramuros de la población; 2 fuentes públicas, próximas a esta, de cuyas aguas se surte el vecindario; una iglesia parroquial (la Asunción) servida por 3 beneficiados con la cura y 2 racioneros. El término confina Norte Torrecilla y Villamayor de los Montes; Este, Santa Inés; Sur y Oeste, Lerma; en él se encuentran muchas fuentes que forman un arroyo; sus aguas sirven para lavar las ropas y regar la vega, y después se introducen en el río Arlanza. El terreno participa de monte y llano; es de mediana calidad; le cruza la citada carretera, y un camino de herradura que conduce a Villafranca, Montes de Oca y la Rioja. Productos: cereales, legumbres y vino; cría ganado lanar y cabrío, y caza mayor y menor. Población: 167 vecinos, 670 almas. Capital Productos: 2.363,400 reales. Imponible: 225,609. Contribución: 14.695 reales 1 maravedís”.
Como se puede apreciar, este segundo diccionario nos da más detalles sobre el pueblo que el de Miñano, sin embargo, sorprende que Madoz no nos hablara de la industria de los telares, que seguían existiendo en esa época, de hecho, algunos sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XX. Tampoco menciona el hospital, que no desaparecerá hasta la desamortización que impulsó el mismo Madoz en 1855. Ni tampoco nos habla de otros oficios como el de herrero o el de médico, que sabemos que existían en el pueblo. Todos estos oficios omitidos hay que tenerlos en cuenta pues son importantes indicadores de la actividad económica existente.
Otro punto sobre el que llamar la atención se refiere a la denominación de la villa que nos da Sebastián de Miñano: Villalmanzo o Villalmanzano. Pero sobre esto hablaremos más adelante y veremos las versiones de los diferentes autores.
Haciendo un breve resumen de este período, podríamos decir que este no fue un gran siglo para Villalmanzo. Sin embargo, sí tuvo un hecho positivo: la abolición de los señoríos. A partir de ahora, no más vasallos, no más pagos de martiniegas e infurciones al señor, ni trabajos gratuitos. Villalmanzo seguirá su propia progresión autónoma. Este progreso se irá materializando a lo largo del siglo XX, como vamos a ir viendo. 


EL SIGLO XX
                            
La época de progreso que supusieron las últimas décadas del siglo XIX, se verán truncadas de golpe con el nuevo siglo. Villalmanzo, un pueblo cuya base económica es eminentemente agrícola y donde la importancia del viñedo ha sido siempre considerable, más que el cultivo del cereal, dada la calidad de la tierra, sufrirá enormemente cuando a comienzos del siglo se extienda la terrible plaga de la filoxera destruyendo las cepas.
La filoxera es un insecto homóptero de la familia Phylloxeridae, que se alimenta de las raíces y hojas de la vid. La plaga producida por este insecto afectó  a Europa en las últimas décadas del siglo XIX, provocando una grave crisis que obligó a replantar la mayor parte de los viñedos europeos. Si bien el origen de la plaga fue la importación de vides americanas, el remedio fue la replantación utilizando portainjertos de vid americana, resistente al insecto.
A España llegó hacia 1878 por tres focos: Oporto, Málaga y Gerona. Sin embargo, en la ribera del Duero, en la provincia de Burgos, los viñedos fueron afectados relativamente tarde. Los primeros brotes se producen en Lerma en 1904. Los suelos arenosos hicieron de defensa natural contra la plaga. Por ello el viñedo aquí pudo disfrutar de una etapa próspera previa (1872- 1904) en la que los precios del vino vivieron una época al alza. Sin embargo la plaga provocó una grave crisis, incluso se creó una Comisión de Defensa contra la filoxera en Lerma. Para Villalmanzo, vecino de Lerma, la infestación de sus viñedos poco tiempo después, significó un desastre. Había que quemar las cepas, no solo las aparentemente infectadas, sino todas las de alrededor. Después había que inundar el suelo en el que estuvieron plantadas con sulfuro de carbono y sulfuro de potasio o de sodio, tal y como aconsejaba el Ministerio de Fomento Español, terminado el proceso, se podía proceder a la replantación. Si bien no se tardó en exceso en esta replantación (muchos viñedos ya no se replantaron) con portainjertos o pies americanos traídos de las casas de viveristas de la Rioja, para una economía de subsistencia, el daño ya estaba hecho. Una buena parte de los jóvenes tuvieron que emigrar, muchos a las Vascongadas, otros a localidades más cercanas donde tenían familiares o amigos que les podían ayudar y alguno, más lanzado, incluso a Hispanoamérica. En 1910 Villalmanzo contaba con una población de 971 habitantes que para 1920 se habían convertido en 721.
Antiguo lagar, ya en desuso 
No obstante, como en todo, hay partes negativas y otras positivas. La parte positiva: se introducen nuevas técnicas y se moderniza el cultivo con un abonado más frecuente y con productos químicos. La variedad Garnacha se expande, pues es más resistente a las plagas criptogámicas (oídium y mildiu) y soportaba mejor los fríos de primavera. Esto funcionó bien en muchos sitios que incluso pudieron incrementar la producción, pero en Villalmanzo había aún otro problema, y era la distribución de las tierras en pequeñas parcelas y separadas unas de otras, llevadas por pequeños agricultores en su mayoría, que bastante habían tenido que invertir ya con la plaga. Por ello, las inversiones fueron mínimas durante la primera mitad del siglo y el vino que se cogía “el churrillo”, no era de gran calidad y su grado bajo (no sobrepasaba los 10 grados). Habrá que esperar a la concentración parcelaria, la mecanización del campo y sobre todo el empeño de estos viticultores para que esas bodegas excavadas en la tierra o en los bajos de las casas den paso a grandes locales que hoy albergan cubas gigantescas y especializadas y sobre todo, den paso a un vino de gran calidad que va abriéndose camino en los grandes mercados.
Tras este mal comienzo para el pueblo, habrá unos años de relativa tranquilidad, en los que Villalmanzo siguió adelante, avanzando, hasta que en 1936 otra guerra civil y su postguerra vinieron a frenar nuevamente el progreso.

No obstante, en este siglo se van a producir una serie de cambios que no solo modificaron los medios, sino también las mentalidades: la luz, el transporte, el teléfono, la televisión, la mecanización del campo, las nuevas políticas agrarias… transformaran la villa y la forma de vida de sus gentes.

LA SOCIEDAD A COMIENZOS DEL SIGLO XX

Para comprender en toda su dimensión como afectaron esos cambios de los que hemos hablado, se hace imprescindible saber cómo era, cómo vivía la sociedad de principios del siglo XX:
La forma de vida difería bastante de la nuestra en cuanto a comodidades. No había luz eléctrica, por lo que la gente se regía en su ciclo vital por la luz del sol. Tampoco había agua corriente, ni calefacción en todas las habitaciones, ni televisores, ni bibliotecas, y los libros eran más bien un artículo de lujo. Al final de la jornada lo que primaba era la reunión en familia, normalmente en la cocina, en torno a la chimenea, donde se contaban historias, apuntilladas con viejos refranes, donde los mayores instruían a los más pequeños en las tradiciones y costumbres y aportaban su experiencia de vida.
Eran tiempos duros, la jornada laboral era larga y toda manual, los hombres trabajaban duramente y las mujeres no se quedaban atrás. Sin embargo, aún se sacaba tiempo para fabricar cualquier cosa que se necesitara, desde lo más elemental, el jabón, la lejía, los colchones… hasta la vivienda familiar y el propio material de construcción, el adobe.
Hoy en día, desde nuestra sociedad actual, resulta difícil pensar cómo podían arreglárselas, ¿cómo lo hacían?

LAS FUENTES, EL JABÓN, LA LEJÍA Y EL PLANCHADO:

En el pueblo había varias fuentes: fuente Culo, fuente La Salud, fuente Misa, Fuente Cañuelo, fuente de Prado y fuente Las Pozas. Todo el pueblo se servía de ellas para el gasto de sus casas, cada uno de la más cercana a su vivienda. Las mujeres y los chicos eran los encargados de ir con calderos, cántaros y botijos a por el líquido indispensable.
Pozas donde se iba a lavar la ropa
Para lavar la ropa, se iba a las pozas de la venta y a las de arriba. Estaban divididas en dos partes: en una se jabonaba y en la otra se aclaraba. En el verano estas labores se hacían en el arroyo Madre. En invierno se solía helar el agua, así que no quedaba más remedio que abrir hueco a golpe de banquilla (utensilio de madera para restregar la ropa con jabón y lavarla; estaba formada por una pieza con acanaladuras horizontales y protección lateral, no muy alta, en la parte superior, a modo de cajón, donde se arrodillaban, para no mojarse).
El jabón lo hacían las mujeres con grasas, aceite de los chorizos, tocino, manteca y sosa caustica. Se batían bien todos los ingredientes en frío y en caliente, y una vez cuajada la masa, se dejaba enfriar y, luego, se troceaba.
Si el jabón era casero, no iba a ser menos la lejía. Era costumbre hacerla en mayo. Para ello se construía una presa en el arroyo Madre. El proceso llevaba su tiempo: primero se frotaba la ropa con jabón y se dejaba en cestos de mimbre toda la noche. Al día siguiente, con la ropa colocada en la coladera (cesto de mimbre donde se ponía la ropa blanca recién lavada; encima se colocaba la cernedera o cernadera), se cubría con la sábana cernedera (sábana vieja, normalmente de cáñamo,
Útiles para el lavado: banquillas, coladeras,
cernedera, caldero de cobre
que se ponía sobre la ropa para colar la ceniza y el agua caliente al blanquear). Mientras tanto, en calderas de cobre se calentaba el agua, a la cual se añadía un poco de ceniza. El resto de la ceniza se colocaba sobre la cernedera y luego se echaba el agua muy caliente sobre ella. A esta solución se la dejaba actuar hasta el día siguiente, en que se procedía a un buen aclarado en el arroyo. A continuación, se tendía la ropa al sol, bien extendida, en el prado. Estas faenas de la lejía concluían siempre con una agradable merienda, pues se hacían siempre en grupo (familiares, vecinos…).
El planchado también tenía su aquél: las planchas eran de hierro macizo, había que calentarlas, directamente en el fuego o encima de la cocina económica. Se tenían siempre dos o tres, ya que el hierro se enfriaba enseguida. Así, mientras se volvía a calentar una plancha, se empleaba otra. Un segundo sistema era la plancha, también de hierro, que disponía de un depósito en el que se echaban unas ascuas de carbón y de encina, que duraban una media hora: de ésta manera el calor se mantenía durante más tiempo.

LOS COLCHONES:

El hacer colchones era un arte aprendido de madres a hijas, pero es que entonces no se vendían en las tiendas. Para conseguir una cama cómoda y bien mullida, se necesitaban dos piezas fundamentales: el jergón y el colchón.
El jergón se hacía con paja de centeno o maíz. Consistía en una funda que se cosía todo alrededor y en el centro del jergón se hacía una raja para meter la paja (la paja se metía entera), luego se ataba con dos cuerdas haciendo lazos. Encima del jergón se colocaba el colchón de lana.
Los colchones se hacían con lana de oveja. Consistían en una funda de tela especial para ellos, que estaba toda abierta menos por una parte y a la que se le practicaban unos ojales pequeños. Se colocaba la lana todo alrededor, bien repartida, y se cosía para cerrarlo. Una vez cosido, por los ojales, se pasaba el hiladillo uniendo ambas partes y se hacía una lazada para que no se soltara: de esta manera quedaba bien hueco.
Otra forma de hacer un colchón era coser la tela por tres lados, y recogerla como si fuera un saco, para ir llenándolo. Cuando se empleaba este sistema, se metía la lana hasta unos 40 ó 50 cm y se ataban los ojales, se metían otros 40 ó 50 cm y se volvían a atar ojales, y así hasta llenar todo el colchón. Después se cosía la última costura para cerrarlo.
Uno de los problemas de este tipo de colchón era que la lana, con el uso, se acababa apelmazando y llegaban a hacerse muy duros, por lo que, una vez al año, normalmente en verano, había que descoser la tela, varear la lana y coser de nuevo. Se sacaba la lana del colchón y, si estaba sucia, se lavaba, si no, solo se vareaba. Se colocaba encima de unas tablas, y con varas de avellano, se golpeaba para ahuecarla. Se hacía por montones: cuando un montón ya estaba bien hueco, se separaba y se vareaba otro montón. Este proceso podía suponer una hora de dar golpes. Se lavaban las fundas del colchón y, los hiladillos, cuando ya tenían secas las fundas y la lana bien hueca, se rellenaban, se cosían y a la cama.
En la década de los cincuenta empezaron a venir los pellejeros a comprar la lana a la vez que vendían colchones tipo “flex”, los cuales no tardaron en adoptarse por la gente.

EL PAN

El pan era otra de las cosas que normalmente se hacía cada familia. No era un trabajo diario, generalmente se cocía para unos 20 días.
Primero se iba a moler el trigo a los molinos de Quintanilla, Lerma o Tordueles: se iba con el burro que era quien cargaba con el saco. El salvado se echaba a los cochinos y, con la harina, se hacía el pan en los hornos del pueblo (durante la posguerra estuvo racionado y tenía que ser pan “negro”: mezcla de harinas de trigo, centeno, cebada o avena y salvado).
En el pueblo había unos cuantos hornos privados (entre 5 y 10, dependiendo de la época), se pedía turno al propietario, se preparaban los ingredientes necesarios: harina, sal, levadura, agua caliente y si se iban a hacer pastas, también azúcar (y los manojos para prender el horno). Los utensilios necesarios: el horno, la artesa, los cedazos, las barandillas, la masera, una pala de mango largo, la toca y una mesa.
El proceso era el siguiente: siempre que se cocía se dejaban como dos kilos de masa para los siguientes que iban a cocer. A estos dos kilos se añadía levadura, harina, sal y agua caliente. La harina había sido previamente cernida en la artesa con cedazos que se movían sobre las barandillas (dos palos largos). Se amasaba todo bien y se dejaba dormir unas dos horas, bien tapadito, con una masera (sábana) para que fermentara. Luego, se hacían bolas, se aplastaban un poco y se metían al horno caliente, que previamente se había limpiado con una toca (saco mojado en agua). Antes de introducir el pan, se comprobaba si el horno estaba caliente: era fácil de saber, pues se ponía blanco por dentro. Entonces se metía la masa. Se solían hacer unas pocas tortas y el resto hogazas.
Una vez concluido el proceso, se dejaban en la mesa los dos kilos de masa para los siguientes que iban a cocer, y al propietario se le daba en pago un pan.
Como es lógico, los primeros días el pan estaba buenísimo, pero luego se endurecía, no obstante, todo se consumía, con el pan duro se hacían esas buenísimas sopas de ajo que calentaban el cuerpo, sobre todo en los fríos días de invierno, al igual que los zoquetes (trozos de pan duro) sabían a gloria mojados en aguardiente o “consuenda” antes de ir al trabajo, y si no, mojados en vino o simplemente en agua para los más pequeños.
En la década de los 60, con la estabilidad económica que ya tenía el país, la introducción de la mecanización en el campo, que supuso un progreso económico, fueron los panaderos profesionales quienes empezaron a tener más actividad y los hornos particulares fueron apagándose paulatinamente, hoy ya solo están en el recuerdo de los mayores.

LOS AVANCES DEL SIGLO XX

A lo largo del siglo se introducen una serie de avances técnicos que lograran cambios impensables en nuestra sociedad. Estos cambios, fueron muchos, no podemos hablar aquí de todos ellos, pero sí podemos hacerlo de 5 que resultaron fundamentales en este proceso: la luz eléctrica, el teléfono, el agua corriente, la televisión y la mecanización del campo. No son 5 cambios escogidos al azar, si los analizamos veréis que fueron estos los que por sí solos consiguieron cambiar nuestros pueblos física y mentalmente y que sin ellos el resto no hubiera sido posible:

LA LUZ ELÉCTRICA

Antiguo transformador, ya en desuso, de Villalmanzo
Para Villalmanzo, el primero de estos avances llegó en la segunda década del siglo XX. Fue la luz, aunque no con la misma potencia que conocemos ahora, ni mucho menos. Las calles se iluminaban tenuemente, con una luz amarillenta y en las casas no daba más que para una bombilla, como mucho dos. Para pasar la luz de una planta a otra de la casa, se hacía un agujero en el techo y si querías luz arriba bastaba con tirar del cordón. En el resto de la casa había que seguir utilizando el candil. Esta luz llegaba de molinos de pueblos cercanos mediante postes de madera. Luego, ya en la segunda mitad del siglo, llegaron las grandes compañías eléctricas y, con ellas, la luz en todas las habitaciones y los nuevos electrodomésticos: las planchas eléctricas, las batidoras, la radio, las lavadoras… fue como si de repente ya no estuvieras tan aislado y la vida empezó a ser algo más cómoda, ¡se acabó el ir a las pozas o al rio a lavar!

EL TELÉFONO

El teléfono ha sido y es, desde su invención, uno de los principales medios de comunicación. Hoy en día no salimos de casa sin uno en la mano y, en cuanto nuestros hijos tienen uso de razón, se les compra el aparato: ¡es solo para tenerlo localizado! Pero en realidad es porque el hombre, que es un ser sociable por naturaleza, ha encontrado en este artilugio el medio ideal de socialización.
A Villalmanzo llegó el teléfono en la década de los cincuenta, claro que nada tenía que ver con los móviles de hoy en día. Lo que llegó fue una de aquellas llamadas centralitas, aparatos grandes y pesados que requerían una instalación fija, y que estaban llenos de cables que había que ir introduciendo en diferentes conexiones. En la centralita se recibían las llamadas para cualquier vecino; luego había que ir a avisarle que tenía una conferencia. Cuando algún vecino quería hablar con alguien del exterior, el encargado de la centralita le daba línea y, al acabar su llamada, se encargaba de cobrarle según el tiempo que hubiera durado.
Hacia finales de los sesenta y sobre todo en los setenta, ya todos teníamos teléfono en casa, de aquellos de rueda claro, pero eso hacía las conversaciones más privadas, además ya no solo te comunicabas con la familia, sino que se empleaban para facilitar el trabajo: podías llamar al fontanero, avisar al médico, pedir información, incluso cerrar tratos… Pero sobre todo, oír la voz de tus familiares y amigos, acortaba distancias y ayudaba a mantener las relaciones, que de otro modo, si los que se habían ido del pueblo no volvían o tardaban mucho en hacerlo, se acababan perdiendo, y en esa época no se viajaba tanto como ahora.

EL AGUA CORRIENTE

Os preguntaréis cómo esto se puede incluir como avance del siglo XX, si ya los romanos (sin ir más lejos) lo conocían. Pero nuestros pueblos, nacidos en la Edad Media, carecían de tales infraestructuras y fue así hasta la segunda mitad del siglo. De hecho, en Villalmanzo fue en 1965 cuando se empezó a colocar el agua corriente junto con el sistema de alcantarillado. De esta manera, las calles quedaban limpias por ser eliminados todos los albañales o regaderas que salían de los corrales donde estaba el estiércol de los animales que había en aquella época.
Parece mentira, pero este fue uno de los hechos detonantes de una época de progreso. El agua corriente no solo permitió un sistema más higiénico, que llegaran nuevos electrodomésticos (lavadoras, lavavajillas…) sino que además fue como una corriente eléctrica que activaba al pueblo. Como una bandera de salida en una carrera, dio paso a la pavimentación, al embellecimiento del pueblo, porque los que se habían ido con las emigraciones de la primera mitad del siglo ahora al volver al pueblo veían que podían tener las mismas comodidades que en las ciudades. Comenzaron por embellecer las casas paternas para volver en vacaciones o al jubilarse. Se creó un espacio polideportivo, con campo de futbol y pista deportiva polivalente, con sus vestuarios respectivos, y posteriormente un complejo de piscinas, y otras construcciones (centro rural de higiene, grupo escolar, centro de la tercera edad...) Fue como si el pueblo despertara en una nueva era. Increíblemente, era ¡el poder del agua!

LA TELEVISIÓN

Hoy en día son muchas las opiniones críticas que se alzan contra este medio de comunicación de masas: racionemos la televisión a nuestros hijos, hay demasiados programas basura… Sin embargo, en sus comienzos no fue así. En la España de los últimos años del franquismo desarrolló un papel fundamental en el cambio social.
Desde que televisión española comenzó sus emisiones regulares el 28 de octubre de 1956 algo comenzó a cambiar en España. Rápidamente los políticos se dieron cuenta del gran potencial que representaba y decidieron aprovecharlo. En aquella época comprar una televisión era un lujo al alcance de pocos. Por ello, el Estado creó los Teleclubs (Manuel Fraga Iribarne fue uno de los impulsores). Los Teleclubs eran locales, donde los vecinos se reunían en torno a un televisor, pagado por el Gobierno, veían la tele y se entretenían y sobre todo aprendían y se instruían.
Estaban integrados en la Red Nacional de Teleclubs creada por Decreto de 16 de junio de 1966. Estos centros, se dotaban con un aparato de televisión y pequeñas bibliotecas, pues su fin era la promo
Inauguración del Teleclub de Villalmanzo (1970)
ción cultural, constituyeron una de las instituciones que más contribuyeron  a transformar un mundo rural, generalmente atrasado. La televisión permitió conocer otros mundos, otras formas de pensar y ver las cosas, y poco a poco esa ventana al mundo exterior fue transformando la mentalidad de nuestros pueblos, actúo como una escuela cultural intensiva, abriendo mentes, enseñando horizontes nuevos, culturizando a la gente, en definitiva consiguió establecer en un tiempo record, diría yo, una sociedad lo suficientemente abierta como para permitir a España en 1975 (tan solo 9 años después de la implantación de los teleclubs) un cambio pacífico y tranquilo hacia la firma de la Constitución de 1978, hacia la democracia.

En Villalmanzo el teleclub se comenzó a construir en 1969, se inauguró en 1970. La Red Nacional de Teleclubs desapareció a finales de 1978, con la creación del Ministerio de Cultura, pero había logrado producir un fenómeno cultural y educativo de extraordinaria trascendencia en la historia de España.

LA MECANIZACIÓN DEL CAMPO
                
Este fue el avance que trajo consigo el progreso económico de nuestros pueblos, hasta ahora basados en una economía de subsistencia, que tenían que cumplimentar con pequeños rebaños, la matanza, la caza, las peonadas… Pero esta mecanización no era tan fácil como podía parecer. El comprar un tractor no estaba al alcance de todos, además para la mayoría no era rentable, pues La excesiva división de la propiedad y su distribución por todo el término municipal impedían una mecanización eficaz y no eran rentables para el agricultor dada esta parcelación de las tierras. Sin embargo, el cambio se hacía inevitable, había que conseguirlo. Dos fueron las fuerzas que se unieron: el Estado y los propios agricultores.
1966. Los primeros tractores que llegaron a Villalmanzo
Así las cosas, podemos decir que fueron 3 los motores básicos que propiciaron este cambio: la Concentración Parcelaria, la mecanización del campo y el interés de los agricultores, que se asociaron en los llamados Grupos Sindicales de Colonización para luchar por el progreso.  También fueron importantes los avances en el campo de la química, que permitieron una mejora en los abonos y, por lo tanto, en los rendimientos de las cosechas.
Para España, la Concentración Parcelaria se inicia con la Ley de 20 de diciembre de 1952, encomendándose su desarrollo y ejecución al Servicio de Concentración Parcelaria, luego Servicio de Concentración Parcelaria y Ordenación Rural que acabaría fusionándose para formar el Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo agrario, el IRYDA. Posteriormente, tras la constitución de las Comunidades Autónomas, las tareas de Concentración Parcelaria les serán transferidas y ellas crearán sus propias leyes. En Castilla y León se promulga la Ley 14/1990, de 28 de noviembre.
En Villalmanzo, los trabajos de la Concentración Parcelaria comenzaron en 1967 y terminaron al año siguiente. Lo primero fue ver qué tierras iban a ser afectadas. Después, los peritos iban tierra por tierra para poner nuevos lindes y hacer los planos. Por último se hicieron los caminos, puentes o alcantarillas de caminos y entrantes a las parcelas. La superficie que se dedicó a la concentración fue del 70% de las tierras del término municipal: el 30% restante quedó excluido. Este 30% correspondía a monte, viñedo, prados y frutales.
Estamos en los años 60 y la gente comienza a moverse. Hace algún tiempo que se ven tractores y alguna cosechadora. Saben que el trabajo se simplifica sobremanera, aunque son caros y, la mayoría de las veces, a un solo agricultor no le resultaba rentable su compra. Pero existía una manera: asociarse unos con otros. Esto, aparte de abaratar costos, tenía sus ventajas a nivel de ayudas estatales. Sin embargo, para poder asociarse había que cumplir unas obligaciones: permanecer, como mínimo, seis años en esa asociación; llevar libros oficiales de ingresos y gastos… se trataba de los denominados Grupos Sindicales de Colonización (se establecen por una Orden del Ministerio de Agricultura de 1940). Estos Grupos se constituyen para el uso en común de la maquinaria agrícola y la explotación comunitaria de tierras y ganados.
En Villalmanzo se aprovechó la ocasión y así se formaron varios grupos. Fueron gente valiente y decida. Compraron maquinaria: fueron los primeros tractores (Ebro, Súper Ebro, Fordson, Motransa, Lanz…) y los componentes que había que acoplarles (arado, cultivadora, abonadora, sembradora, remolques…); comenzaba la mecanización del campo. Pronto llegarían las trilladoras, tornadores, trenzadoras y cosechadoras, compradas o alquiladas, según fuera más rentable. Las cosechadoras alquiladas venían de Toledo, Almería y Elche.
Así pues, la mecanización, junto con la Concentración Parcelaria, la asociación de los trabajadores, la mejora de los abonos y los nuevos sistemas de riego (posibles tras la Concentración Parcelaria y los alcantarillados), traerían otra forma de trabajar, de producir, más cómoda, efectiva y con mayores rendimientos. Sin olvidar que los grupos también favorecían la comercialización de los productos agrícolas.
Estas asociaciones fueron las pioneras: detrás de ellas vendrán otras. Cooperativas vitivinícolas, ganaderas… el Cascajuelo es hombre trabajador pero también  emprendedor. De ello da prueba la transformación que ha sufrido el pueblo en tan poco tiempo, no solo por su embellecimiento, sino por todos los logros que sus pobladores han hecho posible: complejo deportivo, piscinas municipales… y hasta un polígono industrial inaugurado el 13 de junio de 1989.

CONCLUSIÓN

Como podemos apreciar de la mano de estos 5 avances fundamentales, llegó el cambio, el progreso: la luz eléctrica y el agua corriente fueron básicos, sin ellos ninguno de los demás hubiera podido darse. El teléfono y la televisión dieron paso a una comunicación rápida y fluida, a una información que traspasaba los lindes del término municipal propio, o el vecino, abrieron una ventana al mundo proporcionando una amplitud de horizontes para todo aquél que quisiera asimilar y aprender, y Villalmanzo lo hizo, se produjo un profundo cambio de mentalidad que hizo posible la asociación para la mejora, la asociación para introducir la mecanización, la asociación en el trabajo, hoy transformada en cooperativas; en definitiva el progreso, un progreso que hoy se plasma en ese polígono industrial, en las comodidades que tiene el pueblo, en su embellecimiento que no ha parado todavía, en la creación de bodegas con denominación de origen, granjas ganaderas, fábricas, hostales, casa rural… y mañana… cualquier cosa que un Cascajuelo se proponga, no cabe la menor duda.

Inauguración del polígono industrial de villalmanzo. 1989


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